domingo, 11 de noviembre de 2012

Así escribe Héctor Rincón


(Esta es una columna para disfrutar si le gusta leer o para aprender si lo que le gusta es escribir. Descripción impecable, final certero. Redactado no en español, sino en paisa. Que la disfruten).


El Macizo Colombiano

Recuerdo de cuando el Macizo no estaba en la mira.

Por Héctor Rincón
(Tomado el libro ‘Oficio: periodista’. Hombre Nuevo Editores, Medellín – 2001).


El firmamento había estado muy sucio por la mañana y había un fango colorado y pegajoso cuando me bajé donde me dijeron que me bajara que era una curva ciega como cualquiera de las curvas que hay después de La Vega que queda después de San Miguel y en todo caso mucho antes de verle las aguas adolescentes al río Pacantirá que acababa de nacer allá arriba.

Hasta ahí había llegado después de cuatro horas desde Popayán donde hubo chocolate y almojábanas al desayuno en El Monasterio, y cuando el motor rugió por última vez llegó un viejo silencio de cordillera pero la tarde se había vuelto transparente y estallaron por allá unos arreboles naranja no me explico de dónde.



Un guía nada dicharachero al contrario de los guías que te imaginás echó a andar de primero por la trocha humedecida por los aguaceros de ayer, pero ahora no va a llover más no se preocupe usted puede que mañana amanezca despejado y pueda ver el páramo antes de empezar a subir hasta la laguna.

No era un paisaje cerrado ni de abismos profundos ni de árboles gigantes. No lo era. Eran unas laderas rasuradas que se precipitaban sobre unos vallecitos coquetos bañados de manantiales plateados sobresaltados por el cantar de no se cuántas cascadas donde retozaban un montón de alevinos. Caminaba hacia aquel alto llenos mis pulmones de oxígeno intacto que llena las ansias de reportero feliz de constatar que el Macizo Colombino, el Gran Macizo Colombiano, era cierto y no una lección de geografía nacional.

Para llegar a Valencia que era a donde iba porque es esa la última aldea antes de intentar el Páramo de Las Papas por el costado caucano, para llegar allí pasaron tres horas de breves planicies que eran señuelos de las largas escaladas surgidas entre el nudo de montañas que se vuelven cordilleras en este punto del planeta atiborrados de verdes apacibles y verdes histéricos como el cogollo que es casi fosforescente.

Lo que resplandece a la izquierda es un bosque de arrayanes criollos de la cordillera oriental cubiertos de flores blancas y frutos rojizos surcados por unas hojas quebradizas y pequeñas que campesinos e indígenas mastican para mitigar el dolor de muelas. Son numerosos como matorrales. Y como torres espontáneas aparecen estos otros árboles altos de tallos lisos tan finos que placen a los ebanistas y visten hojas de forma aserrada: se llaman canelo y también les dicen granizo porque dan esta frutita blanca y carnosa que alivia la fiebre cuando la volvés bebida o te aromatiza la bebida cuando estás de fiesta nada más es que probés.

Por esos caminos habitados por hombres de manos duras y caras vividas y niños de cachetes encendidos y mujeres de sombreros negros con cintas más negras todavía, vi una vegetación asombrosa por diversa y por útil para quienes tienen en ella su único patrimonio en esta vida. Me respondieron que esos de flor roja son carboneros y los otros encenillos. Aquellos son guapantos y controlan la erosión; rodamonte se llama esa bellecita de allá; chuque es el que da una flor bruñida como el brócoli y los de las flores granates se llaman san Juanito aunque más arriba cuando estemos subiendo verá que les dicen campano. Y cucubos que tienen las hojas como lanuditas. Y también vi tachuelos que son insubordinados al tallo y que ninguna gracia distinta tienen a ser estación de pájaros que comen su semilla.

Cuando amaneció el páramo estaba a la vista, rotundo y alevoso ya que cortaba el espacio azul nuevecito que se estaba estrenando con el día. La algarabía de anoche debían ser churucos o tal vez choyos. ¿Osos? Osos no, micos. Osos no hay ya, los hubo tamandúas y hubo también osos ojizarcos pero ya tampoco. Y lo que se oyó cuando comenzó la aurora que hacía rruug… rruug… eran pavas de monte que a veces se ven cuando se sube a la laguna y de pronto van a ver venados y si tienen suerte águilas miqueras.

Hubo águilas a la subida y se oyeron muchas calandrias parapetadas detrás de las epífitas donde anidaban trillones y medio de especies de insectos, hormigas mansas y de las furiosa arrieras, mariapalitos, mariquitas. Había ojos de agua muchos ojos de agua y brotaban arroyos que unos metros más de nacidos se volvían quebradas y después ríos porque en este manto de la tierra de belleza surgen unas colosales manifestaciones de vida que se llaman todo lo dicho y más. Se llaman Magdalena, Cauca, Caquetá, Patía, que nacen todos allá en lo más alto del Macizo.

Del Macizo. De este Macizo del que hablo, el que están envenenando con Cosmo Flux y con Glifosato.



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