domingo, 25 de noviembre de 2012

Las mentiras que me echaron Diomedes y el Joe

Dos escenas y un par de frases para el recuerdo


Crónica de las entrevistas con ‘el Cacique de la Junta’ y 'el Centurión de la Noche'.


Recuerdo haber visto una entrevista en la que el monstruo argentino Andrés Calamaro contó cuál fue la mentira más hermosa que ha escuchado en toda su vida. Se la dijo Bob Dylan, su gran ídolo, el día en que tuvo la fortuna de hablar con él en un camerino: “Hace tiempo quería conocerte”, le lanzó el astro norteamericano, dejándole al roquero gaucho una sonrisa infantil en el rostro y una tonta felicidad que le llenó el alma. 

A mí me han dicho dos mentiras parecidas, aunque no tan rotundas ni sublimes como la de Dylan a Calamaro, más bien caricaturescas, rimbombantes. Diomedes Díaz y Joe Arroyo, a quienes entrevisté cuando trabajaba para la agencia Colprensa y El Universal de Cartagena, me dieron momentos en los que no tuve más que reír por las pintorescas ocurrencias. 

Hotel Barranquilla Plaza - 2005 

Sergio Villamizar, editor de cultura de Colprensa, me avisó que tendría un espacio de 20 minutos en privado con Diomedes, privilegio del que sólo gozaríamos cinco periodistas. Pero primero habría una rueda de prensa con decenas de periodistas y seguidores del cantante, precedida de una caravana con carro de bomberos organizada por el locutor Alí Guerrero que recorrió varias calles de la ciudad. 


El salón del hotel se lo había tomado por asalto una horda escandalosa y voraz: lagartos ansiosos, acompañantes con aliento a Old Parr, supuestos parientes de ‘el Cacique’, guardaespaldas panzones y armados y groupies que conformaban una comitiva cuyos miembros difícilmente hubieran superado con éxito una solicitud de antecedentes penales. 

Mientras esperaba mi turno sentado en un sofá, Diomedes salía al baño a cambiarse de camisa cada vez que comenzaba cada entrevista. En una de esas salidas me vio, se detuvo y me dijo: “Periodista de la nueva generación, ¡venga le doy un abrazo!”. La carcajada de todos los presentes retumbó mientras ‘el Cacique’ me abrazaba como si hubiéramos compartido parrandas y mujeres. 

Ya en la sesión privada, Diomedes se acordó de la pregunta que le había hecho en la rueda de prensa y me dijo que le había gustado mucho (bastante obvia: ¿de qué se arrepiente?). Cuando el tiempo se agotaba y después de responderme unos 20 interrogantes con su histrionismo y drama acostumbrados, me dijo que le recordara mi nombre, el cual ya le había dicho al comienzo. Y entonces me lanzó lo siguiente: 

-Ya ese nombre no se me va a olvidá. ¡Y esto me huele es a disco! 

Lo que quiso decir fue que me iba a mandar un saludo en una de sus canciones. Me reí. Entendí que con ese anzuelo pesca lo que quiera, imagino que ofreciendo saludos en sus éxitos los fanáticos le hacen los mandados y le consiguen gramos de lo que pida, cuando lo pida y a la hora que lo pida. Pero insisto, me reí. Fue una mentira que disfruté y que no me molestaré en reprocharle cuando lo vuelva a ver. 

Ídolo en el ocaso 

Con el Joe fue diferente, no hubo nada grotesco ni parafernalia, pero sí pude anticipar lo que le deparaba el destino. La cita fue en su apartamento del bario Riomar. Me pidieron concertar la entrevista en atención a los continuos rumores de que el Joe entraba y salía de las clínicas por supuestas recaídas en sus adicciones. 


Me recibieron Jacqueline Ramón y el cantante, más tarde llegaría su manager. Corría el año 2009. Encontré a un Joe regordete y extraviado. Un Joe de respuestas incoherentes y despaciosas. Tras el cuestionario, que me vi obligado a recortar porque advertí que empezaba a responderme lo mismo una y otra vez, le pedí que saliéramos al balcón para una sesión fotográfica, pero antes me puso una mano en el hombro: “Jorge, eres una gran persona… te voy a llevar a Medellín a la grabación de mi próximo disco”, los ojos desorbitados, la mirada que busca algo que no encuentra a pesar de la lentitud, el Joe perdido, el Joe como un robot, gracias, maestro, qué honor. Y sonreí por agradecimiento y un poco de vergüenza. 

Mentiras al fin y al cabo. Ingenuas e inolvidables las dos. 

Jorge Mario Erazo

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