sábado, 27 de junio de 2015

'Bazuquita': dos hijos en medio de la 'traba'



“No soy Bazuquita, soy Maribel”

La indigente más famosa de la calle 72 le gana la batalla a las adicciones y a toda una vida de dolor, muerte y tragedia. Dice estar orgullosa de su rehabilitación y no quiere volver a los andenes.

'Bazuquita' era parte del paisaje de la calle 72. Esta imagen es de 2007.

I

Una madrugada cualquiera 'Bazuquita' dejó un reguero de sangre mientras paría a su hijo en la calle. Cuando sentía que llegaba la hora ella misma se echó contra una pared, como lo hacen las perras y comenzó su trabajo de parto.

No era precisamente una sala de neonatos la esquina de la calle 72 con la carrera 47, pero las lámparas del alumbrado público se convirtieron en los reflectores de un quirófano; no había ginecólogos ni enfermeras, pero estaban Alexander, su hermano, conocido en el mundo de la indigencia como 'Bazuquito'; y 'Camión', un embolador de los alrededores de la 72. No había letreros donde dijera 'Silencio' o 'Cirugía', pero estaba el cartel luminoso de Jeans Wear.

Ante los ojos de Alexander y 'Camión', la misma Bazuquita, quizá llevada por el instinto de una madre que después de pujar y pujar por fin ve a su cría bañada en sangre y líquido amniótico, le arrancó a su hijo el cordón umbilical de un solo tirón, como cuando se hala una cuerda para romperla por el otro extremo. De un solo golpe, como todo en la vida de 'Bazu­quita', el niño quedó desprendido para siempre de su madre. Lloró más de la cuenta y eso quería decir que estaba vivo, más sano de lo que se podría esperar teniendo en cuenta las circunstancias de su gestación.

Así vino al mundo el hijo de esta mujer, ¿y de qué otra forma podía nacer?, si ella anduvo los nueve meses por las calles cargando con dificultad el globo en que se le convirtió el vientre, por ahí por el estadio Romelio Martínez, por el almacén Ley y por el coliseo Elías Chegwin.

Entre la pugna por sobrevivir y las ‘trabas’ co­tidianas ni siquiera había pensado en ponerle un nombre a ese niño que crecía en sus entrañas, al que alimentaba a punta de pegante, bazuco, desperdicios y licor. La criatura nacería a las 36 semanas de gestación pesando 1.700 gramos y midiendo 40 centímetros. Pero todo fue un destello, recuerdos confusos, imágenes que se superponen: el parto, el bebé, la ambulancia que llegó más tarde, el hospital, su hermano llorando… Todo aquello ocurrió en 2007. Después de que la atendieron en el hospital Barranquilla volvió a su vida normal, otra vez en la calle, tirada en este andén o en aquél, allá junto al poste de la luz o en las bancas del parque Suri Salcedo, donde cabía completica cuando se acostaba a dormir. En esa época articulaba las palabras con dificultad:

-¿Te acuerdas del niño?
-Me lo quitaron.
-¿Te hace falta?
-No.
-¿Es el primer niño que tienes?
-No, tuve una ‘pelaíta’.
-Y, ¿qué pasó con ella?
-Se la llevó la ricachona.
-¿Y te dejó plata?
-No. Se la llevó.

Su nombre es Maribel, pero no sabe su edad.



















Ante una desprevenida pregunta que buscaba averiguar sobre la vida de su hermano Alexander o Bazuquito, ella soltó una aterradora narración que quizá ilustre eso de que la familia se defiende con sangre: A mi hermano le pegaron dos tiros en la cabeza... Yo le salvé la vida: le di machete al celador que disparó. Me dieron 200 por el revólver, a ese man lo llevaron al Hospital Universitario. Los 200 me los metí con mi marido en Puerto Colombia”, dice, y a continuación se ríe socarronamente, como si nada, mostrando el hueco donde debía tener un diente frontal. “Y, ¿por qué el celador le disparó a tu hermano?”, pregunté. “Porque es un hijueputa”, contestó.

Su vida la envuelve una telaraña de historias con tinte de leyenda. Dicen que su madre, Verónica, a quien apodaban ‘La parcera’, fue asesinada a tiros cuando ella y Alexander eran niños. Desde entonces comenzaron a vagar por la 72 o en Las Colmenas del mercado público, que es el universo donde se movía su hermano. Por esos recovecos  amenazaba con dos peñones a quienes se burlaban de él.

De pronto se le ocurre mostrarme una herida de bala en su pierna izquierda y cuenta que fue en Bogotá, que de allá se vino en avión “con un man” y que el tiro se lo dieron después de “clavarla por el chiquito”, y vuelve a reírse.

Nació en Barrancabermeja y se llama Maribel Gutiérrez, como la reina del Atlántico que se convirtió en Miss Co­lombia. Ni ella misma recuerda su edad: “Tengo 25 años”, bromea, y se ríe mostrando otra vez el hueco de su dentadura, amarillenta y carcomida. Entonces pasa un transeúnte y al verme conver­sar con ella grita: “¡Te la regalooo… viene con su botellita de pegante incluida!”. Y Bazuquita se ríe y estira la mano para pedirle limosna.

Parto en la calle

De aquella niña que tuvo primero nadie se acuerda. Es un episodio que se pierde en los vericuetos de la memoria de los vendedores estacionarios apostados en los alrededores del parque Suri Salcedo. Ni ella misma recuerda ya los pormenores de aquel suceso.

En aquella madrugada de 2007, en la que tuvo a su segundo hijo, una ambulancia llegó por ella cuando ya lo cargaba en brazos. Después la llevarían al Hospital General de Ba­rranquilla. Al principio se dijo que el papá era un taxista al que apodaban ‘Chancletica’, pero ella misma aclaró que no, que es un vendedor de arepas de la zona donde siempre permaneció. Cuatro mil pesos le dejaba el amante furtivo a Bazuquita después de cada noche de sexo con ella en las bancas del parque o en los rincones de un parqueadero o en cualquier recoveco oscuro que brindara la dosis exacta de clandestinidad.

Los momentos que vivió después de parir a la criatura en el hospital fueron angustiantes, según lo cuentan los periodistas de la fuente policial que ese día hacían su recorrido habitual buscando historias de heridos en riñas: “¡No, no me lo quiten, yo lo cuido!”, decía con lágrimas en los ojos cuando una enfermera se lo llevaba. No debe ser poca cosa escuchar los gritos de una madre en el pabellón de un hospital pidiendo que no le arrebaten al niño que acaba de tener, a pesar de que sea una indigente que no tiene nada. Que no le importa a nadie. Su hermano Alexander también apareció ese día en el hospital y el encuentro entre los dos fue dramático: se abrazaron mientras ambos lloraban y él se quitó la camisa para ofrecérsela porque la vio semidesnuda. Le ofreció comida, la mimaba como si fuera una niña, la besó como lo hace un padre. Cuando se encontró a los médicos les pidió que por favor no le quitaran el niño a su hermana, tal vez queriendo librar una batalla perdida por la dignidad, por cambiar el hecho de no tener nada, de demostrar, ingenuamente, que son personas que se pueden hacer cargo de un recién nacido. “Se va a llamar John Maribel Jean. John, como yo; Maribel, como la mamá y Jean porque dormimos y nos dan comida en ese almacén (Jeans Wear)”, decía ‘Bazuquito’ ese día, eufórico, hablando tan rápido que poco se le entendía. “¿Y cómo lo van a cuidar?”, les preguntó alguien. “Ella lo carga… ella lo carga y yo busco comida”, respondió el tío.


Y luego lloraron, derrotados, como quien sabe que acaba de hacer un esfuerzo inútil. Al niño le practicaron todos los exámenes médicos y luego el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar tomó posesión de él. Ni Bazuquita ni su hermano lo volvieron a ver.

Epílogo


A principio de 2012 llegó arrastrándose y todos los que la vieron la reconocieron de inmediato: era ‘Bazuquita’. Hoy, tres años después, no hay nada que le cause más orgullo a Luisa Mora, la coordinadora del programa del Habitante de la Calle del Distrito, que hablar de Maribel Gutiérrez, la misma por la que nadie daba un peso y que ahora es el símbolo de esta iniciativa.

Maribel, en el Hogar de Paso. Foto: Oscar Berrocal.
Tiene 45 años, pero no mide más de un metro y medio. Lo que no tiene en estatura lo compensa con ocurrencias, risas y movimientos graciosos. Muestra un bolso y un collar que le regalaron mientras saluda con afecto a Luisa.

“Mi hermano me hace falta. Él era el mayor. Lloraba por mí, me llevaba jugo, papas”, cuenta con rostro de pesar. Alexander murió el 12 de septiembre de 2012 en la puerta del hospital Barranquilla por una infección en las hemorroides.

Su nueva etapa en el Hogar de Paso del Distrito comenzó con tropiezos. Alguien la llevó en grave estado de salud, pero regresó a la calle. En el segundo intento, Luisa, la coordinadora del programa, se esmeró en mantenerla dentro de la institución y se encontró con una Maribel rebelde que rechazaba dormir en la cama y bañarse. Se tiraba en el piso. 

Cuando pasó el síndrome de abstinencia cedió un poco y permitió que un equipo de fisioterapeutas de la Secretaría de Salud le ayudara a volver a caminar. Las heridas de un accidente le impedían ponerse en pie. “Me atropelló un carro porque yo cruzaba la calle ‘engomada’”, recuerda. Todavía le hacen terapias en la piscina olímpica para que su movilidad vuelva a ser normal.

Piscólogos y trabajadoras sociales acompañan la recuperación de Maribel, quien está lúcida y activa. Mientras atendía la entrevista para este artículo recibió de la coordinadora del programa una noticia que le hizo sacar una sonrisa: le consiguieron un trabajo en una empresa de juegos didácticos. Se ríe y agradece, aunque aclara que ella sabe lavar, y que también se puede dedicar a eso.

Su rutina en el Hogar de Paso consiste en recibir ayuda para su rehabilitación y salir de vez en cuando a cine o a la calle 72, donde todos la recuerdan con agrado y conversan con ella. Cuando camina por esa zona, los alrededores del parque Suri Salcedo, se siente orgullosa de su cambio. Repite que está mejor y que no se va del Hogar porque “están matando gente por la calle”.

Su única meta es vivir, por eso Maribel Gutiérrez promete que no volverá a ser ‘Bazuquita’.



Jorge Mario Erazo

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