Cuatro cilindros repletos de
explosivos fueron detonados al paso de la caravana del candidato.
Instantes después de la detonación. Foto: Oscar Berrocal. |
Me encomendaron seguir durante todo el día al entonces candidato presidencial Álvaro Uribe Vélez en su periplo proselitista por Barranquilla. Era el 14 de abril de 2002 y tenía un mes de haber sido contratado como redactor de la sección de Locales del diario El Heraldo. Antes de salir, mi compañera y periodista deportiva Claudia Aguilar bromeó con la posibilidad de que un bombazo se nos atravesara en el camino: “No te pongas tan cerca de Uribe, que también caes tú”, me dijo con sonrisa burlona.
El fotógrafo Oscar Berrocal y yo fuimos parte de la corte de periodistas y miembros de la campaña que iba detrás de la caravana por varios puntos de la ciudad. El candidato estaba de moda. Ya lideraba las encuestas y su discurso de combate frontal contra la subversión se lo había apropiado un gran porcentaje de sociedad colombiana.
* * *
Una convulsionada visita a la cotizada fritanga La Tiendecita fue la antesala de la llegada a la Sociedad Portuaria, donde los industriales de la ciudad ofrecieron un almuerzo. Recuerdo que en la mesa del rincón, de la que nos apropiamos camarógrafos, redactores, fotógrafos y conductores, el veterano corresponsal Carmelo Castilla monopolizaba la conversación narrando una vez más aquel día en que presenció el atentado contra Galán, y todo lo que tuvo que hacer para conseguir el famoso video que toda Colombia ha visto gracias a que se lo quitó al camarógrafo de la campaña del caudillo liberal.
Intempestivamente –como todo lo que ocurrió en aquella jornada- Uribe y su comitiva salieron del puerto. La tropa periodística abordó los respectivos vehículos y nos dispusimos a salir tan rápido como los nerviosos guardaespaldas del candidato. La caravana de Uribe avanzaba a toda velocidad por las solitarias calles de Barranquillita rumbo a un destino que ya no recuerdo, pero al que en todo caso jamás llegaríamos.
3, 2, 1…
Detrás de las camionetas de Uribe y su comitiva iba el carro de RCN, con el periodista Carlos Toncel Sanjuan, corresponsal del canal en ese entonces; más atrás íbamos Oscar Berrocal y yo en una de las viejas camionetas Luv de El Heraldo, conducida por Antonio Thorné.
De repente, un impacto seco y rotundo detuvo el mundo dejándonos aturdidos, zurumbáticos instantáneos, sordos momentáneamente: me agaché aterrorizado, olió a químicos y a metal por todas partes, el ruido de unas sirenas me fue devolviendo el sentido del oído a cuentagotas, saqué la cabeza por la ventana pero el humo no me dejó ver nada, sólo noté que la puerta del copiloto estaba abierta porque Oscar había salido del carro y ya disparaba su cámara tomando todo lo que se moviera: policías, guardaespaldas, heridos, el caos circundante…
Así quedó el carro en el que iba Álvaro Uribe. |
Y vino más caos, mucho más: rumores de otras bombas, sapos queriendo ser entrevistados, llamadas que no cesaban, la llegada de más periodistas de todos los medios, órdenes contradictorias que recibía de mis superiores…
Como la noticia pasó de ser política a judicial, Juan Alejandro Tapia –reportero de esa fuente en aquel entonces- llegó al lugar a relevarme y a encargarse del resto. Esa tarde me senté a escribir en primera persona una de las notas relacionadas con el suceso, la cual titulé ‘El momento del atentado’. Fue la primera vez que mi nombre salió en ese diario.
Un periodista lidia con riesgos y tragedias que son -quién lo duda-, materia prima para escribir historias que permiten ser el blanco de todas las miradas, incluso son oportunidades de lucimiento personal, y es su deber narrarlas honestamente y con profesionalismo. Pero a veces no son experiencias gratas: ese día perdió su pierna derecha una niña llamada Blanca, que estaba en el lugar del impacto y quien después viviría cosas peores, las cuales narré años más tarde en un reportaje publicado en El Universal que fue nominado a un premio. Por el atentado murieron cinco personas, entre ellas, el conductor del bus que soportó el impacto de la onda explosiva, que fue lo que a la postre salvó de una muerte segura a la comitiva del candidato.
Tampoco es grato enterarse de cosas como ésta: si el atentado no cumplía el objetivo, las Farc tenían un Plan B que consistía en hacer volar a Uribe en pedazos en una rueda de prensa programada para la tarde usando una grabadora periodística cargada con el explosivo tritonal y metralla con cianuro. Pero después del bombazo, el hoy expresidente decidió regresar a Bogotá. Probablemente ahí hubiéramos caído todos aquellos a los que nos encomendaron ‘pegarnos’ al candidato ese día.
Creo que a veces es mejor no saber ciertas cosas para poder seguir siendo periodistas tranquilamente.
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