La muerte, desde adentro
El patólogo forense y su mano derecha, el disector, son los
encargados de hacer las necropsias en Medicina Legal. Un oficio para el que es
necesario tener sangre fría.
Los estudiantes de último año de Medicina participan en las necropsias practicadas en la morgue del instituto. Foto: Johnny Olivares. |
El día comienza con una visita a las instalaciones de la morgue
para cerciorarse de que hay autopsias por hacer. “He tenido días con 11 o 12 autopsias: un domingo de
Carnaval o un 1 de enero. Las más difíciles de realizar son las de la población
pediátrica temprana o los accidentes de tránsito en los que se involucran
peatones menores de 7 años. Son extremadamente crudas, rudas y demasiado
difíciles”.
Esas palabras son del patólogo forense Álvaro Peinado Vila,
la persona encargada de recibir a la gran cantidad de cadáveres que a diario
ingresan al cuarto frío del Instituto Nacional de Medicina Legal, en el barrio
Los Andes.
“Es imposible –lo dice con la mirada baja y cruzando los
dedos de sus manos- relajarse cuando se disfruta de la compañía de la familia,
tratando de prevenir todo el peligro que los rodea. En la casa, los patólogos
forenses somos muy cercenadores de la libertad en la infancia de nuestros hijos”.
Álvaro asegura que no tenía como meta especializarse en
Patología Forense sino en Medicina Interna. Todo cambió cuando, estando en
Cereté, Córdoba, tuvo la impresión de que se necesitaban muchos forenses en
todo el país. “No se contaba con la tecnología ni los exámenes de laboratorio,
y fallecían las personas sin ninguna explicación”.
Esclarecer las causas de esas muertes es, precisamente, lo
que motiva a estos anatomistas de la muerte. Pero ellos no sólo encuentran
explicaciones, sino pormenores y detalles que a veces no son gratos de
analizar, de evaluar. Por ejemplo, las autopsias de masacres. “Sobre todo en
las cuales hemos inferido, por las lesiones, que ha habido desarticulaciones o
desmembramientos por el uso de motosierras (Se queda en silencio un rato y
continúa). Han sido autopsias extremadamente crueles, porque con esos actos de
barbarie hemos retrocedido más que los 20 siglos de civilización”.
Paso a paso
El procedimiento es el siguiente: el patólogo forense recibe
el acta de levantamiento hecha por un Fiscal, donde se lee las circunstancias
que rodearon la muerte. Allí se reconstruye la situación y acto seguido imagina
las maneras en que pudieron haber ocurrido los hechos.
Luego hace pasar a los estudiantes de último año de
medicina, quienes están recibiendo la asignatura de Medicina Forense. Esto sucede
debido a que en las universidades que cuentan con hospitales se ha reducido el
número de autopsias, situación que critica Peinado Vila. Por consiguiente,
Medicina Legal presta un servicio académico.
Y a continuación viene el trabajo propiamente dicho. A temperatura
baja y sobre una especie de camilla metálica con un desagüe por debajo, el disector –una persona cuyos conocimientos
son enteramente empíricos-, abre o practica la disección del cuerpo. “Ellos han
aprendido su oficio de manera artesanal, pero cada vez su destreza aumenta
hasta superar las enseñanzas de nosotros y aplicar todo su instinto”, dice
Peinado.
La necropsia transcurre a buen paso, casi siempre es un
proceso rutinario en el que los estudiantes hacen preguntas y el patólogo
forense procede como si se tratara de una persona con vida: buen trato al
cuerpo y delicadeza en los movimientos.
Últimamente, no sólo el disector acompaña al forense.
También se han sumado los miembros del personal de balística, que ayudan a los médicos
a comprender la trayectoria de las balas. También participan los grafólogos,
cuyo trabajo es analizar las huellas del cadáver; y las bacteriólogas, que son
las que adelantan los estudios químicos.
El forense termina con una reconstrucción mental casi
cinematográfica de los hechos previos a la muerte de la persona.
También se ríen
Pero los profesionales que se dedican a este oficio también
son protagonistas de comentarios jocosos, de momentos en los que logran sacar
algo de diversión de su trabajo. “Nos dicen que sabemos todo, pero con un día
de atraso. Otros nos dicen que los forenses somos más serios que nuestros ‘pacientes’;
o cuando terminamos una necropsia nos preguntan si encontramos el alma”, dice
Álvaro mientras se ríe.
Valorar la vida
“Barranquilla es una ciudad en la que los accidentes de
tránsito se incrementan en los fines de semana, sobre todo en los largos, los
de tres días. Y desafortunadamente un 28% o 30% tiene alcoholemia positiva, y
no pensemos que en grado excesivo”. Álvaro hace énfasis en que la mayoría tiene
alcoholemia gado 1, es decir, aquel tomador que insistentemente dice “yo puedo
conducir, estoy bien”, y a la postre es el causante de desgracias, dolor y
muerte.
Y entonces, sin poder
evitarlo, el patólogo vuelve al tema recurrente de recordar a sus seres
queridos: “No se deja de pensar en la familia, se vuelve uno sobreprotector en
la casa tratando de prevenir los accidentes”. Esa es la preocupación de
siempre, y quizá nunca podrán dejarla de lado ni un solo momento.
Peinado dice que lo peor es leer en las actas de
levantamiento los pormenores de las agresiones, lo mecanismos violentos que
genera esta sociedad, la intolerancia generalizada de la población y los
ajustes de cuentas para superar las contradicciones personales. “Muchas veces
la gente desconoce lo trivial que es la vida para muchas personas”, expresa.
Por eso, por conocer la muerte desde adentro, con sus
causas, rasgos y momentos previos, los patólogos forenses sienten prevención ante
cualquier roce con persona alguna: “Todo esto nos vuelve menos desafiantes,
siempre tratamos de rehuir los enfrentamientos, los insultos, porque hemos
comprendido a través de las actas de levantamiento la cantidad de gente que
anda armada en esta ciudad”.
Se levanta y retoma su indumentaria. Será un día en el que
se dedicará a desentrañar las razones por las cuales nos matamos todos los días
en Barranquilla.
Publicado en El Heraldo el domingo 29 de febrero de 2004.
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