domingo, 25 de noviembre de 2012

Las mentiras que me echaron Diomedes y el Joe

Dos escenas y un par de frases para el recuerdo


Crónica de las entrevistas con ‘el Cacique de la Junta’ y 'el Centurión de la Noche'.


Recuerdo haber visto una entrevista en la que el monstruo argentino Andrés Calamaro contó cuál fue la mentira más hermosa que ha escuchado en toda su vida. Se la dijo Bob Dylan, su gran ídolo, el día en que tuvo la fortuna de hablar con él en un camerino: “Hace tiempo quería conocerte”, le lanzó el astro norteamericano, dejándole al roquero gaucho una sonrisa infantil en el rostro y una tonta felicidad que le llenó el alma. 

A mí me han dicho dos mentiras parecidas, aunque no tan rotundas ni sublimes como la de Dylan a Calamaro, más bien caricaturescas, rimbombantes. Diomedes Díaz y Joe Arroyo, a quienes entrevisté cuando trabajaba para la agencia Colprensa y El Universal de Cartagena, me dieron momentos en los que no tuve más que reír por las pintorescas ocurrencias. 

Hotel Barranquilla Plaza - 2005 

Sergio Villamizar, editor de cultura de Colprensa, me avisó que tendría un espacio de 20 minutos en privado con Diomedes, privilegio del que sólo gozaríamos cinco periodistas. Pero primero habría una rueda de prensa con decenas de periodistas y seguidores del cantante, precedida de una caravana con carro de bomberos organizada por el locutor Alí Guerrero que recorrió varias calles de la ciudad. 


El salón del hotel se lo había tomado por asalto una horda escandalosa y voraz: lagartos ansiosos, acompañantes con aliento a Old Parr, supuestos parientes de ‘el Cacique’, guardaespaldas panzones y armados y groupies que conformaban una comitiva cuyos miembros difícilmente hubieran superado con éxito una solicitud de antecedentes penales. 

Mientras esperaba mi turno sentado en un sofá, Diomedes salía al baño a cambiarse de camisa cada vez que comenzaba cada entrevista. En una de esas salidas me vio, se detuvo y me dijo: “Periodista de la nueva generación, ¡venga le doy un abrazo!”. La carcajada de todos los presentes retumbó mientras ‘el Cacique’ me abrazaba como si hubiéramos compartido parrandas y mujeres. 

Ya en la sesión privada, Diomedes se acordó de la pregunta que le había hecho en la rueda de prensa y me dijo que le había gustado mucho (bastante obvia: ¿de qué se arrepiente?). Cuando el tiempo se agotaba y después de responderme unos 20 interrogantes con su histrionismo y drama acostumbrados, me dijo que le recordara mi nombre, el cual ya le había dicho al comienzo. Y entonces me lanzó lo siguiente: 

-Ya ese nombre no se me va a olvidá. ¡Y esto me huele es a disco! 

Lo que quiso decir fue que me iba a mandar un saludo en una de sus canciones. Me reí. Entendí que con ese anzuelo pesca lo que quiera, imagino que ofreciendo saludos en sus éxitos los fanáticos le hacen los mandados y le consiguen gramos de lo que pida, cuando lo pida y a la hora que lo pida. Pero insisto, me reí. Fue una mentira que disfruté y que no me molestaré en reprocharle cuando lo vuelva a ver. 

Ídolo en el ocaso 

Con el Joe fue diferente, no hubo nada grotesco ni parafernalia, pero sí pude anticipar lo que le deparaba el destino. La cita fue en su apartamento del bario Riomar. Me pidieron concertar la entrevista en atención a los continuos rumores de que el Joe entraba y salía de las clínicas por supuestas recaídas en sus adicciones. 


Me recibieron Jacqueline Ramón y el cantante, más tarde llegaría su manager. Corría el año 2009. Encontré a un Joe regordete y extraviado. Un Joe de respuestas incoherentes y despaciosas. Tras el cuestionario, que me vi obligado a recortar porque advertí que empezaba a responderme lo mismo una y otra vez, le pedí que saliéramos al balcón para una sesión fotográfica, pero antes me puso una mano en el hombro: “Jorge, eres una gran persona… te voy a llevar a Medellín a la grabación de mi próximo disco”, los ojos desorbitados, la mirada que busca algo que no encuentra a pesar de la lentitud, el Joe perdido, el Joe como un robot, gracias, maestro, qué honor. Y sonreí por agradecimiento y un poco de vergüenza. 

Mentiras al fin y al cabo. Ingenuas e inolvidables las dos. 

Jorge Mario Erazo

“El vallenato que se toca hoy no me gusta”

Celso Piña, el otro rebelde del acordeón

El responsable de la incursión de este ritmo colombiano en Monterrey, México, fue uno de los invitados al Carnaval de las Artes. 

Hubo una época durante los años setentas en la que se puso de moda la música vallenata de Aníbal Velásquez, Alfredo Gutiérrez y Aniceto Molina, tridente al que llamaron la ‘Triple A’. Lo normal es que lo anterior hubiera ocurrido en Valledupar, Riohacha o Barranquilla. Pero no fue así, la ciudad en la que bautizaron con tal remoquete a esos tres grandes del folclor colombiano fue Monterrey, México. 

Esa historia la cuenta Celso Piña, cantautor mexicano que toca vallenato desde los años setentas y que no tiene reparos en lanzar un lastimero “¡ayy hombe!” en cualquiera de sus canciones. Se ha hecho famoso en los jóvenes de la generación de MTV gracias a sus colaboraciones con Café Tacuba, El Gran Silencio, Natalia Lafourcade, Ely Guerra y otros roqueros mexicanos. 



Asegura que tres de sus canciones preferidas son Lucero Espiritual (la versión original de Juancho Polo Valencia, no la de Diomedes Díaz), La Casa en el aire y Matilde Lina. Idolatra a Alfredo Gutiérrez y confiesa que su gusto musical cambió con la música del rebelde del acordeón y las tonadas de ‘Los Corraleros de Majagual’. 

Está en Barranquilla para participar en el Carnaval de las Artes, donde compartirá escenario con Aníbal Velásquez y Alfredo Gutiérrez. 

¿Cuál fue su primer contacto con el vallenato? 

Por allá en los años setentas fue mi primer contacto con la música de Alfredo Gutiérrez. No había discos de él en las discotiendas, así que me tocaba comprarlos en el mercado negro, muy caros por cierto. Otros cuates y yo los comprábamos. Me llamó mucho la atención. Yo antes tocaba en un grupo, tocábamos de todo, rock and roll, baladas, tropical, cumbias, pero todo eso lo sentía medio desabrido. Oía a Alfredo, pero antes ya escuchaba a los Corraleros de Majagual, que para mí ha sido la orquesta más famosa de Colombia. En Monterrey llegó un momento en que los Corraleros tocaban por todas partes, en los barrios altos y en los bajos también. 

¿Ahí hubo un quiebre en su gusto musical? 

Ahí dije: ‘Este pedo está muy padre’, y dejé eso de las baladitas. Me preguntaban que si yo era colombiano y les decía que ojalá lo fuera. Para mí hubiera sido muy fácil tocar música de Ramón Ayala y de los demás grupos. Pero la música colombiana era diferente para mí. En ese tiempo los colombianos no se presentaban todavía en Monterrey. Ahora van cada mes, son ídolos totales. 

¿Qué le dicen los cantantes vallenatos que visitan Monterrey y llenan los coliseos? 

Me dicen que gracias por tener tanta fe en esta música, me dicen maestro. No me gusta decirlo así porque suena muy ostentoso, pero no sé qué hubiera pasado si yo no hubiera introducido ese género musical en Monterrey… tal vez alguien más lo hubiera hecho. 


¿Cómo fue el momento en que conoció a Alfredo Gutiérrez? 

Fue como en el 96. Me dijeron que quién mejor que yo para darle la bienvenida a Monterrey. Él llegó como el ídolo que es, le dije maestro, el corazón se me salía por la boca. Tener a mi ídolo ahí era como si viniera John Lennon, Bob Dylan o Bob Marley. 

Se ha creado una relación entre Monterrey y Valledupar… 

Muchos vienen, un sobrino se vino a aprender acordeón a Valledupar. Es muy buen acordeonista el chavo. 

¿Cómo comenzaron las colaboraciones con otros artistas? 

Como en el 99 o 2000 se me acercó el bajista de El Gran Silencio y me propuso hacer una colaboración con Café Tacuba. El vocalista del grupo me abrazó y comenzamos el pedo. El primer tema que le gustó fue un son de Julio De la Ossa. Comenzamos a tocar y nos gustó mucho. Luego hablé con Lupe, vocalista de Bronco, y se aventó ‘Gitana’ (de Los Betos). 

Carlos Vives revolucionó el vallenato en su momento… 

Sí, fíjate que el vallenato estaba muy encajonado. Yo creo que nada más se escuchaba aquí y en Monterrey, pero llegó Carlos Vives revolucionando todo y abrió las puertas en todo el mundo. Una vez lo llevaron a Monterrey y llenó la Arena Coliseo. 

¿Cómo ve la evolución musical desde aquellas canciones de 'Los Corrajeros' y Aníbal Velásquez, a lo que se hace hoy en día?

Claro que ha cambiado mucho. Yo te voy a ser franco. A mí el vallenato de hoy día no me gusta, es muy Light para mí, muy pop. A mí me gusta el de Juancho Polo, el de Alejandro Durán, Toñito Salas, Emilianito Zuleta, pero eso de hoy va con órgano y todo. 

¿Cuándo va a ir a Valledupar? 

Tengo planeado ir, ahora no se puede. Pero quiero que me inviten, como ahora que vine a Barranquilla, no ir cualquier día. Es como si yo hubiera venido a Colombia por mis fueros, sin pena ni gloria. 

Jorge Mario Erazo 

Publicada en El Universal en enero de 2010 

sábado, 24 de noviembre de 2012

Vampiros y Dráculas: de la oscuridad a la luz del festejo

¡Se chupan la sangre del Carnaval!

No soportan la luz, pero desfilan en la Batalla de Flores. Los crucifijos los aterrorizan, pero se persignan antes de salir. Corretean a sus víctimas, pero éstas terminan ‘muertas’ de la risa.

Manuel Rodríguez cumple su cita cada año en el Carnaval.

Deberían morderles el cuello a mujeres indefensas en las calles, clavarles un par de colmillos, chupar su sangre, esconderse del sol y largarse en un santiamén rumbo a sus cuevas o a sus castillos, donde un ataúd los espera cada noche de sus diabólicas vidas. Pero no, no es así. 

En vez de eso, se maquillan, se ponen máscaras, se empinan una botella de ron, salen a la calle bajo un sol infernal, se encomiendan a Dios, se ríen con todo el mundo y se alistan para gozar la vida en sana paz. 

Nadie que saque una estaca va a evitar que correteen a los borrachos de la esquina. Ningún cura con crucifijo en mano va a impedir que le mamen gallo a la vecina aburrida de la esquina. Y todo por una razón: el Carnaval de Barranquilla es su escenario, el espacio donde ellos son admirados, en ocasiones temidos pero siempre apoyados y alentados con aplausos por burlarse de lo que debería ser aterrador, pero que en ellos es goce y fantasía. 

Tomás y Humberto Marchena, dos hermanos Vampiros; Edwin Sequeda, un Drácula; y Manuel Rodríguez, El Varón de las Tinieblas, son 4 carnavaleros que coincidieron en ponerse en la piel de aquellos personajes que se hicieron para asustar e intimidar. Ellos personifican el terror de lo oculto, el horror de ultratumba, la maldad que acecha… 

Todo un Varón 

Pero es que Barranquilla no es Transilvania, por eso El Varón de las Tinieblas vive en La Alboraya y no en un castillo de Rumania, y cuando no es Drácula vende jugos de naranja y lo conocen hace 60 años como Manuel Rodríguez. 

Es un ciudadano cordial a quien le apasionan las películas de terror. “El primer disfraz que tuve de este tipo fue el de Freddy, de ‘Pesadilla sin fin’”, sostiene Manuel mientras se acomoda la indumentaria en la sala de su casa. 

“A pesar de que represento a un ser muerto, yo doy vida y alegría, los niños se van conmigo sin asustarse. Aunque a veces alguna mujer se asusta por la calle y enseguida chilla”. Cuando termina el proceso abre la boca y ya está: El Varón de las Tinieblas chorrea sangre por los colmillos, que en realidad es esencia de kola, y nadie puede negar que causa terror. 

Dice que le gusta el papel del cubano Jorge Cao en la película ‘El Último Carnaval’, de Ernesto McCausland, pero él nunca se ha creído el cuento de que deba dormir en un ataúd, pero entonces se toma un momento, reflexiona y se da cuenta de que ya lleva 10 años personificando al mismo personaje. ¿Será Manuel o El Varón de las Tinieblas el que responde las preguntas de la entrevista? 

Entrevista con dos Vampiros 

Tomás Marchena tiene 50 años y hace 8 se le ocurrió mandar a hacer un disfraz de Vampiro. Cuando entra al Cementerio de Soledad con el traje puesto la gente lo mira, lo detalla y se dan cuenta de que es el mismo Tomás de siempre, acompañado por su hermano Humberto. 

Debe ser el único Chupasangre de la historia al que un transeúnte mira sin salir corriendo y le comenta que el Junior perdió con el Bucaramanga. Responde, sigue su marcha y comienza a echar su cuento. “Este disfraz se estaba perdiendo, lo que quisimos fue rescatarlo. La idea la tomé de una revista, lo vi, me gustó y el disfraz me lo hizo Gladys Cherales”. Las máscaras que usan las hizo Francisco Padilla, de las Artesanías El Tigre, de Galapa. 

Hace 15 años, su hermano y él se vestían de gorilas, pero el calor del disfraz era tal que causaba fiebre. Los Vampiros fue la elección que hicieron: Tomás es el Vampiro Soledeño y Humberto el Vampiro Marchena. 

“No me gusta el disfraz de Drácula, porque siempre que lo veo me parece afeminado”, dice Humberto, quien es operario de Acesco hace 25 años. 

Tomás tiene una consigna: “Mientras Dios nos lo permita, ahí estaremos”. Pero ya tiene un posible reemplazante, su nieto Moisés David, de 7 años, ya quiere ponerse su disfraz de Vampiro y salir por las calles a recoger la herencia familiar. Debe ser así que se puede explicar la inmortalidad de estos seres de la noche. 

El corazón de un Drácula 

A sus 42 años, Edwin Sequeda ya ha fabricado tantos disfraces que perdió la cuenta. Este maestro de obras que tiene más de 25 años de estar diseñándolos y creándolos, es el hijo del lienciado José Sequeda, director de Fundicaba, gremio que agrupa a los disfraces del Carnaval de Barranquilla. 

“Vi la película de Drácula y me quedó sonando. Hice el diseño y pude hacer el disfraz”, asegura. Esa es la razón por la que tiene algo de Bela Lugosi, el legendario actor que interpretó en el cine al Drácula más famoso. Actúa su disfraz, se nota que no es sólo ponérselo y ya, es vivirlo, es creerse el maligno personaje por unas horas, mientras acaba la magia carnavalera. 

Este año le va a hacer cambios a su disfraz, como orejas más grandes y rasgos más amenazantes. 

Este Drácula es también el amoroso padre de Jennifer Sequeda, una jovencita de 16 años a la que le hizo un grupo de baile independiente. “Desde niña sale al Carnaval conmigo, pero ahora baila sola”, sostiene Edwin, refutando la idea de que los Dráculas y los Vampiros no tienen corazón, y que el que tienen, está esperando una estaca que los mande para el otro mundo. Y no es así. 

Jorge Mario Erazo 

Publicado en Nuestro Diario en el Carnaval de 2008.

La historia de Giselle Barceló

La presentadora barranquillera a la que le daban pocos días de vida

Tiene el corazón a la derecha porque nació con sus órganos internos 'en desorden'. 




Venir al mundo con el corazón latiendo del lado derecho no fue su principal encrucijada, sino el haber tenido que enfrentar, con apenas dos días de nacida, una riesgosa cirugía de la que dependía su vida. La situación no podía ser peor: era probable que muriera en pleno procedimiento, pero de no practicársela las posibilidades de sobrevivir eran nulas.

Por eso, cada cumpleaños de Giselle Barceló Cunha es como meta cumplida y una confirmación de que no hay verdades indestructibles, ni siquiera los dictámenes médicos.



"Mi mamá llora cada vez que cumplo años porque sufrió mucho cuando yo estaba a punto de nacer. Es duro que a uno le digan que tienen que operar a su hija recién nacida y que probablemente no sobreviva al procedimiento", dice Giselle.



La exreina del Carnaval de la 44 y presentadora de las transmisiones en directo del Carnaval de Barranquilla y de emisiones especiales del noticiero CV Noticias, nació con una hernia diafragmática que le detectaron a los siete meses de gestación por medio de una ecografía, examen que en 1983 apenas comenzaba a popularizarse.



El diafragma, una membrana formada por fibras musculares que separa la cavidad torácica de la abdominal, y de la que no nos percatamos nunca, no se le formó completamente, por eso nada impidió que sus órganos internos -a excepción del hígado y parte del intestino delgado- se movieran hacia arriba agrupándose en la parte superior de su tórax, empujando el corazón hacia la derecha, como lo tiene hoy en día. 

Para colmo, uno de sus pulmones no se desarrolló completamente, lo que le impedía respirar con normalidad. 

El impacto que causaron las palabras de los médicos en la familia Barceló -devastadoras, pero reales- les hizo aferrarse a Dios. La medicina no les daba esperanzas porque no era probable que una bebé con tres libras de peso y dificultades para respirar pudiera soportar una anestesia tan prolongada.

Al quirófano 

A los dos días de vida fue intervenida quirúrgicamente en una operación que duró tres horas. Era el primer procedimiento de este tipo que realizaba Jaime Pombo Mackenzie, cirujano pediatra especializado en México, quien dos años más tarde sería reconocido por separar exitosamente a las primeras siamesas costeñas.

"En bebés con esta malformación si no se procede a la mayor brevedad el paciente fallece. Estos casos tienen una alta mortalidad, casi el 65%, y se presenta un caso por cada 4.000 nacidos vivos", explica el galeno. 


Salió viva del quirófano, lo que para su familia y los médicos ya era todo un triunfo. "Me decían que esperáramos 24 horas a ver qué pasaba, después 48 horas, tres días. Hasta que el médico me comenzó a decir que estábamos ganando esta batalla", cuenta Margarita Cunha, madre de Giselle, quien dice que sólo un milagro celestial pudo unir tantas circunstancias a favor de la vida de su hija.

Permaneció tres meses en la Clínica del Seguro Social de Los Andes en observación. Le ordenaron a su mamá que la dejara llorar tanto como pudiera, para que los pulmones se desarrollaran, por eso el llanto de la pequeña se hizo famoso en toda la sala de neonatos. 

Los cuidados eran extremos: no podía contraer gripa, por eso el contacto con la gente era mínimo; no podía comer lácteos ni granos, sólo comidas bajas en grasa; debía hacer natación y asistir a un sagrado control mensual con el médico que la operó, ritual que se prolongó hasta los 13 años, cuando comenzó por fin a sentir que le estaba ganando la partida a la fatalidad de la mano de una operación perfecta y una recuperación que su familia sigue atribuyendo a Dios.

Con una carrera consolidada 

La mayoría de bebés que sufren de esta malformación terminan con un prominente abdomen cuando se reacomodan los órganos, pero no fue el caso de Giselle.

Con su operación a cuestas y una cicatriz, fue reina del Carnaval de la 44 en el año 2002, siendo quizá la soberana más recordada de este evento paralelo al Carnaval de Barranquilla. En junio de ese mismo año representó al Atlántico en el certamen de la Ganadería, en Monteria, donde gano varios premios entre ellos mejor cuerpo, mejor bailadora y cuerpo saludable. 

Para su primer reinado, Amalín de Hazbún confeccionó un vestido que cubría armónicamente la cicatriz con canutillos y lentejuelas, pero el contoneo de sus caderas al son de la música la dejaba al descubierto, sin que mucha gente pudiera notarla debido al desenfrenado movimiento de su baile. 

Una conocida revista para hombres quiso tenerla en sus páginas para que luciera su cicatriz como una parte más de su cuerpo que merece ser destacada, pero declinó la oferta. 

"Para mí la cicatriz es la evidencia que tengo de que viví esa operación. Cuando era adolescente quería vestirme como las niñas de esa edad, que muestran su barriguita, pero no podía porque mi cicatriz era horrible. Quise quitármela, pero no pude", recuerda. 

Su carrera como presentadora de eventos masivos como el Festival de Orquestas y noticieros como Las Noticias y CV Noticias, la mantienen como uno de los rostros permanentes del canal regional Telecaribe. 

Poco a poco ha aprendido a vivir con su cicatriz y a saber que es la huella indeleble de dos posibles sucesos: un milagro del cielo o la maestría de un médico talentoso.

Es madre de una niña de 8 años, que ilumina con su gracia un hogar estable. Para serlo, debió recibir 'autorización' del doctor Pombo, quien consideró que teniendo los cuidados adecuados y con una cesárea, todo saldría sin contratiempos, como de hecho sucedió. 

Hoy, con su corazón del lado derecho y una banda elástica que evita que sus órganos internos vuelvan a subirse a su cavidad torácica, vive una vida normal entre estudios de grabación, grandes auditorios a los que se enfrenta con soltura y jornadas extenuantes en todos los rincones de Barranquilla, a los que acude cada semana en su condición de asesora del programa de la Alcaldía Distrital 'Barrios a la Obra'. Es, en cuerpo y alma, una sobreviviente desde que vino al mundo. 

Jorge Mario Erazo 

Publicado en www.diarioadn.co el 30 de julio de 2012. 

jueves, 15 de noviembre de 2012

El Sabio Catalán


Ramón Vinyes o el guía de los "despotricadores"

Este es el legado de quien fue el faro del Grupo de Barranquilla.



Quizá lo más honroso para un ser que vivió por y para el arte y la dramaturgia, sea acaso terminar convertido en un personaje clave de una novela de proporciones colosales. Quizá si Ramón Vinyes hubiera sabido que pasaría a convertirse en un ser irreal, amasado con el barro de las letras y con la imaginación de un escritor, hubiera ido sonriente al encuentro con la muerte. 

Vinyes, el 'Sabio catalán' que en las últimas páginas de 'Cien años de soledad' les recomienda a los “cuatro muchachos despotricadores” Álvaro, Germán, Alfonso y Gabriel, que se vayan de Macondo y que olviden todo lo que les había enseñado, fue hace pocos días el centro de charlas y ponencias en la Universidad del Norte. 

Inmortalizado en la novela más popular del Nobel, Ramón Vinyes fue un dramaturgo y feroz crítico catalán que injustamente fue más conocido en su país por el efecto de haber sido un personaje trasplantado de la realidad a la ficción brutal de Macondo en la pluma de García Márquez, pese a que tuvo en su haber obras vitales para el teatro barcelonés. 

Así lo confirma Jordí Lladó i Vilaseca, doctor de Filología Catalana en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), autor de la tesis doctoral 'Ramón Vinyes i el teatre (1904-1939)'.

Lladó dice que lo mejor que le pudo pasar al recuerdo de Vinyes fue que García Márquez lo mencionara en su novela. 

El mentor, el guía 

Pero Vinyes fue algo más que el mentor que tuvieron Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas y García Márquez en las décadas de los 40 y 50. 

Antes ya había estado en Barranquilla en los años 20, cuando tuvo contacto a través de la reciente maravilla del correo aéreo con el joven Germán Arciniegas, quien le publicaría en su revista Universidad artículos que Vinyes le mandaba, según lo recuerda el escritor samario Álvaro Miranda. 

Vinyes escandalizaba a la entonces mojigata academia bogotana con sus artículos, a la vez que escribía editoriales en el periódico barranquillero La Nación y atraía a intelectuales con su librería, ya conocida en gran parte del litoral. 

En esa época ve la luz la revista Voces, quizá la más importante revista cultural de la primera mitad del siglo pasado en Colombia, y una de las más importantes de Latinoamérica. En ella se publicaban obras inéditas y traducciones exclusivas hechas por el mismo Vinyes. 

Volverá a Barcelona en 1931, cuando es derrocado Alfonso XIII y se instaura el gobierno republicano. Su producción “siempre tenía una carga comprometida -en el caso de estos años-, con la legitimidad republicana y con lo que suponía el gobierno catalán como representante de la república española”, cuenta Francesc Foguet i Boreu, doctor en Filología Catalana por la UAB y especialista en teatro catalán moderno y contemporáneo. 

“Vinyes dejó una posición de vanguardia, experimental, en un primer momento de su trayectoria, y estilísticamente en contenidos fue un autor revolucionario. Evidentemente la academia no lo valoró lo que debía, en tanto que la academia rechaza siempre lo que es extremo o innovador”, explica Jordí Lladó. 

Vinyes trató siempre de utilizar el teatro como un elemento culturizador, dicen los investigadores catalanes. “Él denuncia la continuidad de todos los programas burgueses y la falta de una renovación del teatro en unos momentos en que para él el teatro era un arma de lucha”, continúa Foguet. 

Pero el futuro 'Sabio catalán' de las páginas de 'Cien años de soledad' tenía la cualidad de ser un catalizador, un estimulador y un guía. Era un lector voraz que introdujo en Cataluña, incluso en el ámbito peninsular, nombres tan significativos y tan desconocidos en esa época como Bertolt Brecht. 

Regreso a Barranquilla 

Antes de triunfar el franquismo y de soportar la censura del régimen, estrena 'Despedidas al rayar el alba', obra que tiene una temática bélica y revolucionaria, donde Vinyes critica la posición de los fascistas y defiende la legitimidad republicana. 

Se ve en la obligación de volver a Barranquilla después de una corta permanencia en Tolouse y París. 

En Barranquilla será el mentor del Grupo de Barranquilla, la época por la que sería finalmente recordado. Con todo el bagaje cultural que traía y el poder de su crítica, llevará de la mano a la generación de escritores y periodistas asiduos del bar La Cueva, en el barrio Boston de Barranquilla. 

La capital del Atlántico había llegado a su momento más alto en cuanto a crecimiento urbanístico, expansión comercial y llegada de inmigrantes, y el ambiente cultural era envidiado por otras ciudades colombianas. 

“En España lo que más se valora es su labor como guía del Grupo de Barranquilla y concretamente de García Márquez”, dice Jordí Lladó. Avivando la voracidad con la que el joven Gabo deshuesaba el armazón de las novelas de Faulkner, Hemingway, Saroyan o Wolf, Vinyes se convertía en la ejemplificación mental y auténtica que el escritor de Aracataca tendría para siempre de lo que es un gurú. 

En 1950 Vinyes regresaría a Barcelona, donde moriría dos años más tarde. 

Hoy, cuando se recuerda –y valora- lo que el catalán hizo por la dramaturgia de su país, también se recuerda el paso de aquel personaje por las tierras colombianas. 

Quizá también se recuerde lo que les dijo a sus 4 amigos a través de una carta al marcharse de Macondo: “que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera”. 

Jorge Mario Erazo

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Las crónicas travestis de John Better


'Locas de felicidad': relatos con rímel, escarcha y desparpajo

El libro de relatos de este escritor barranquillero, es una de las nuevas propuestas en el círculo literario costeño.


I
Eso de llamarse John Better y de ser un escritor que anda por ahí narrando todo lo que les pasa a travestis, transformistas y Drag Queens que se ponen de nombres ‘La Bardot’, ‘La Marieta’, ‘La Clarissa’ y cosas por el estilo, debe no ser propiamente un oficio grato. Con ese apellido (Better) se podría pensar que las cosas están ‘Mejor’. Pero no, no siempre lo están. Mucha gente se escandalizó y ciertas cofradías de escritores apuntaron con sus flechas hacia el autor y sus letras.

El libro ‘Locas de Felicidad, crónicas travestis y otros relatos’ (Editorial La Iguana Ciega - 2009), recientemente lanzado en la Feria del Libro de Bogotá, costó sangre, sudor y otros fluidos que no es del caso mencionar aquí, pero que ahora pasó a engrosar la lista de obras literarias que tienen como protagonistas a estrambóticos personajes bañados en escarcha, pintados con rímel, calzados con tacones de 15 centímetros y que cantan canciones de Mónica Naranjo, Madonna o Cher. Y las críticas han sido positivas, como las de Eduardo Arias y María Elvira Arango. Better piensa que el escritor debe sospechar de todo, porque, además, la buena crítica también es como una trampa, y de trampas sabe mucho este joven nacido en Barranquilla en 1978, cuyas experiencias personales –unas malas y otras peores- nutrieron en parte el libro en cuestión.


Para el autor, los textos no son polémicos ni mucho menos escandalosos. La vida de muchachos que cumplen las fantasías sexuales de altos ejecutivos bogotanos o la decadencia de una travesti sesentona que sufre porque la Miss Colombia no consiguió el título de Miss Universo pese a que el vestido que usó fue diseñado por Alfredo Barraza, están documentados en el libro en medio de otras historias de felaciones,  tiros y pelucas. Su ritmo es vital y los textos suenan honestos. No se sabe con certeza cuánto de Better hay en las historias, pero él mismo afirma que formaba parte de todo eso. “Sentí que estaba hablando de algo natural, como habla de biología un biólogo o de química un químico”, dice.

‘Locas de Felicidad’ no surgió como un parto, más bien fue una labor de ciencia forense, según explica, como cuando alguien mete la mano en el agua estancada de los recuerdos y comienza a suceder algo parecido a una exhumación. La portada, obra de un pintor que en vida se llamó Gustavo Turizzo y quien murió de sida en el año 2000, fue hallada por él y una amiga en una casa abandonada que terminó siendo, por casualidad, el estudio del pintor fallecido.

Desde el prólogo, escrito por el artista plástico y poeta chileno Pedro Lemebel, sobreviviente de la dictadura de Pinochet y alabado por Roberto Bolaños y Carlos Monsivais, se entiende que en este libro el pudor no existe, que aquí todo está expuesto sin ningún velo que cubra las imperfecciones, como en este fragmento del texto ‘Si yo tuviera un enfermero’: “Y tenía razón el marica. Los allí reunidos éramos como una fea reproducción del sagrado ghetto: un séquito de apóstoles drogados por un lado, y por el otro, nosotras, una triada de Magdalenas lujuriosas, de Verónicas lascivas, dispuestas a socorrer los cuerpos santos que sudaban a chorros el caldo redentor de la yerba, esos ríos de agua viva que bajaban ingle abajo, pretina abajo, ahí donde las manos de las locas reptaban bajo el mesón apolillado, para luego desabotonar e ir en búsqueda de los pequeños saurios acurrucados en los calzoncillos”.

La prosa de Better, quien ya tiene publicado un libro de poemas en 2006 llamado ‘China White’, con la editorial mexicana Salida de Emergencia, es, a juicio del prologuista Lemebel, una seguidilla de “manotazos letrados”. “La letra homosexuada en su delirio escarlata eterniza el instante en la aspirada marmórea del baño disco, el manoseo muscular o el simple guiño de la pestaña travestonga que le da rienda suelta al relato”, dice su prólogo. Conoció a Lemebel a través del escritor Efraím Medina Reyes, quien le dio las coordenadas para encontrarlo. Un cruce de mensajes y un envío de sus textos a Chile sellaron esta unión que terminó en una visita del artista al Carnaval de las Artes de 2009 y posteriormente en la realización del prólogo a cargo de Lemebel.

II
Los Drag Queens y transformistas, genuinos outsider, renegados y relegados a permanecer al margen de lo aceptado por la sociedad, tienen una particular visión de esos estados espirituales como el triunfo y la derrota; el reconocimiento y la desgracia. Según Better, los personajes de ‘Locas de Felicidad’ encuentran la muerte, el maltrato y la tragedia en el camino de su búsqueda afanosa por el amor. Sin embargo, el autor no quiso dramatizar sobre el tema sino narrar lo que se vive en los círculos homosexuales de Barranquilla y Bogotá: “A veces el amor es (para ellos) un encuentro furtivo sexual en una sala de cine X, en un laberinto, en un sauna, en una discoteca”. Precisamente de una discoteca que queda cerca a la casa donde vive, Better extrajo detalles fundamentales que en ese momento no sabía que le servirían para libro alguno, sólo los vivía porque hacían parte de su cotidianidad. A ese lugar, en donde alguna vez fue el programador de la música –y aquí a aparecen otra vez, por supuesto, Madonna, Cher, Mónica Naranjo…-, iban los gays que no podían pagar el cover de los bares del norte de Barranquilla, entre ellos personajes exóticos como ‘La Caroline’, un buda travesti enorme de 200 kilos. En el mundo de los homosexuales se acentúan las diferencias sociales.

Escribir sobre submundos siempre ha tenido un encanto especial para los escritores de todas las generaciones. El autor de ‘Locas de Felicidad’ asegura que no quiso usar la provocación como arma para irrumpir en la órbita literaria ni local ni nacional, ni para hacerse un lugar entre los escritores que dominan el mercado de los libros. Sobre el mercado, Better opina que “es para las papas” y no para las obras literarias. Usa términos como “mafia de burgueses” y “buenos comerciantes” para referirse a aquellos autores que aparecen en los periódicos como la nueva generación de escritores colombianos. Sustrayendo de la lista a Héctor Abad Faciolince, Better no separa las obras de Jorge Franco, Mario Mendoza y Santiago Gamboa de la ola de textos sobre narcotraficantes y prepagos que hoy por hoy inundan las estantería de librerías y supermercados.

III
En Colombia ya hubo literatura con temáticas homosexuales. La primera novela gay del país la escribió Fernando Molano, llamada ‘Un beso de Dick’. Jaime Manrique Ardila esbozó el tema en ‘El cadáver de papá’. Mucho más reciente es la aparición del libro ‘Al diablo la maldita primavera’, de Alonso Sánchez Baute, con elogios de la crítica y cierto éxito comercial. A Sánchez, nacido en Valledupar pero residente en Bogotá, lo une una amistad que se ha ido acrecentando con el tiempo, tanto así que fue uno de los primeros lectores de ‘Locas de Felicidad’ y uno de aquellos que lo alentaron en el difícil proceso de escribir para un público y no sólo para el mismo autor, que es al fin y al cabo la diferencia entre un escritor de verdad y un principiante


Las problemáticas que rodean a un personaje adolescente que se asume gay tiene rasgos comunes en casi todos los autores que se han sumergido en el tema. La aceptación de sí mismo, las relaciones familiares, el rechazo y la lucha diaria por triunfar, matizan los contenidos de novelas y obras de esta naturaleza. Todo eso está presente en este libro, sobretodo en un texto titulado ‘No me llames hija’, tal vez el mejor momento del libro. En él está presente el mundillo infantil lleno de piñatas y disfraces donde todo comenzó, seguido de una narración paralela de la vida del protagonista convertido ya en transformista, en pasajes donde muerde el polvo, sufre, goza y luego se desquita de la vida en un decadente reinado de belleza que sólo existe en su mente mientras lo llevan preso: “Ahora, mientras tu padre levanta el brazo de la justicia con un fajón de gruesa chapa metálica, Martín recuerda con cada fajonazo los besos de Leonardo, la cara de espanto de la profesora Linette al encontrarlos pegados en el baño del colegio. ¿Es que el varón de la casa va a ser una mariquita de tutú y zapatillas? La carne se abre al amor, a un cuchillo, a los golpes de un padre que quiere corregir el asunto. Es tu padre, no puedes odiarlo, dice una voz dulce que te asiste, al tiempo que sus manos colocan pomadas con sal sobre tus heridas, son los cuidados de una mujer que escupe casi sangre, la única persona que te entiende en este mundo”. 

No es la idea de John Better convertirse en un activista político de la lucha gay, aunque dice estar interesado en que se respeten los derechos de los homosexuales. “No sólo es salir desnudo por la calle en una marcha en tanga, y después qué, no todo es la fiesta o el supuesto orgullo gay. Yo estoy haciendo desde la literatura mi propio activismo”.

Destaca en el panorama actual nacional a Andrés Felipe Solano, crítico de diferentes publicaciones literarias y autor de la novela ‘Sálvame Joe Luis’, una de las preferidas de Better en la actualidad. Aunque admite que su más reciente “adicción” es la obra del norteamericano de origen dominicano Junot Díaz, quien ganó el pulitzer con ‘La prodigiosa vida breve de Oscar Wao’, sin olvidar las relecturas de Pedro Lemebel, recurrente en su mesa de noche.

Jorge Mario Erazo

Publicado el 13 de septiembre de 2009 en el Magazín Dominical de El Universal.