No soportan la luz, pero desfilan en la Batalla de Flores. Los crucifijos los aterrorizan, pero se persignan antes de salir. Corretean a sus víctimas, pero éstas terminan ‘muertas’ de la risa.
Manuel Rodríguez cumple su cita cada año en el Carnaval. |
Deberían morderles el cuello a mujeres indefensas en las calles, clavarles un par de colmillos, chupar su sangre, esconderse del sol y largarse en un santiamén rumbo a sus cuevas o a sus castillos, donde un ataúd los espera cada noche de sus diabólicas vidas. Pero no, no es así.
En vez de eso, se maquillan, se ponen máscaras, se empinan una botella de ron, salen a la calle bajo un sol infernal, se encomiendan a Dios, se ríen con todo el mundo y se alistan para gozar la vida en sana paz.
Nadie que saque una estaca va a evitar que correteen a los borrachos de la esquina. Ningún cura con crucifijo en mano va a impedir que le mamen gallo a la vecina aburrida de la esquina. Y todo por una razón: el Carnaval de Barranquilla es su escenario, el espacio donde ellos son admirados, en ocasiones temidos pero siempre apoyados y alentados con aplausos por burlarse de lo que debería ser aterrador, pero que en ellos es goce y fantasía.
Tomás y Humberto Marchena, dos hermanos Vampiros; Edwin Sequeda, un Drácula; y Manuel Rodríguez, El Varón de las Tinieblas, son 4 carnavaleros que coincidieron en ponerse en la piel de aquellos personajes que se hicieron para asustar e intimidar. Ellos personifican el terror de lo oculto, el horror de ultratumba, la maldad que acecha…
Todo un Varón
Pero es que Barranquilla no es Transilvania, por eso El Varón de las Tinieblas vive en La Alboraya y no en un castillo de Rumania, y cuando no es Drácula vende jugos de naranja y lo conocen hace 60 años como Manuel Rodríguez.
Es un ciudadano cordial a quien le apasionan las películas de terror. “El primer disfraz que tuve de este tipo fue el de Freddy, de ‘Pesadilla sin fin’”, sostiene Manuel mientras se acomoda la indumentaria en la sala de su casa.
“A pesar de que represento a un ser muerto, yo doy vida y alegría, los niños se van conmigo sin asustarse. Aunque a veces alguna mujer se asusta por la calle y enseguida chilla”. Cuando termina el proceso abre la boca y ya está: El Varón de las Tinieblas chorrea sangre por los colmillos, que en realidad es esencia de kola, y nadie puede negar que causa terror.
Dice que le gusta el papel del cubano Jorge Cao en la película ‘El Último Carnaval’, de Ernesto McCausland, pero él nunca se ha creído el cuento de que deba dormir en un ataúd, pero entonces se toma un momento, reflexiona y se da cuenta de que ya lleva 10 años personificando al mismo personaje. ¿Será Manuel o El Varón de las Tinieblas el que responde las preguntas de la entrevista?
Entrevista con dos Vampiros
Tomás Marchena tiene 50 años y hace 8 se le ocurrió mandar a hacer un disfraz de Vampiro. Cuando entra al Cementerio de Soledad con el traje puesto la gente lo mira, lo detalla y se dan cuenta de que es el mismo Tomás de siempre, acompañado por su hermano Humberto.
Debe ser el único Chupasangre de la historia al que un transeúnte mira sin salir corriendo y le comenta que el Junior perdió con el Bucaramanga. Responde, sigue su marcha y comienza a echar su cuento. “Este disfraz se estaba perdiendo, lo que quisimos fue rescatarlo. La idea la tomé de una revista, lo vi, me gustó y el disfraz me lo hizo Gladys Cherales”. Las máscaras que usan las hizo Francisco Padilla, de las Artesanías El Tigre, de Galapa.
Hace 15 años, su hermano y él se vestían de gorilas, pero el calor del disfraz era tal que causaba fiebre. Los Vampiros fue la elección que hicieron: Tomás es el Vampiro Soledeño y Humberto el Vampiro Marchena.
“No me gusta el disfraz de Drácula, porque siempre que lo veo me parece afeminado”, dice Humberto, quien es operario de Acesco hace 25 años.
Tomás tiene una consigna: “Mientras Dios nos lo permita, ahí estaremos”. Pero ya tiene un posible reemplazante, su nieto Moisés David, de 7 años, ya quiere ponerse su disfraz de Vampiro y salir por las calles a recoger la herencia familiar. Debe ser así que se puede explicar la inmortalidad de estos seres de la noche.
El corazón de un Drácula
A sus 42 años, Edwin Sequeda ya ha fabricado tantos disfraces que perdió la cuenta. Este maestro de obras que tiene más de 25 años de estar diseñándolos y creándolos, es el hijo del lienciado José Sequeda, director de Fundicaba, gremio que agrupa a los disfraces del Carnaval de Barranquilla.
“Vi la película de Drácula y me quedó sonando. Hice el diseño y pude hacer el disfraz”, asegura. Esa es la razón por la que tiene algo de Bela Lugosi, el legendario actor que interpretó en el cine al Drácula más famoso. Actúa su disfraz, se nota que no es sólo ponérselo y ya, es vivirlo, es creerse el maligno personaje por unas horas, mientras acaba la magia carnavalera.
Este año le va a hacer cambios a su disfraz, como orejas más grandes y rasgos más amenazantes.
Este Drácula es también el amoroso padre de Jennifer Sequeda, una jovencita de 16 años a la que le hizo un grupo de baile independiente. “Desde niña sale al Carnaval conmigo, pero ahora baila sola”, sostiene Edwin, refutando la idea de que los Dráculas y los Vampiros no tienen corazón, y que el que tienen, está esperando una estaca que los mande para el otro mundo. Y no es así.
Jorge Mario Erazo
Publicado en Nuestro Diario en el Carnaval de 2008.
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