lunes, 13 de octubre de 2014

Medicina Forense: otra forma de ver la muerte

La muerte, desde adentro

El patólogo forense y su mano derecha, el disector, son los encargados de hacer las necropsias en Medicina Legal. Un oficio para el que es necesario tener sangre fría.

Los estudiantes de último año de Medicina participan en las necropsias practicadas en la morgue del instituto. Foto: Johnny Olivares.

El día comienza con una visita a las instalaciones de la morgue para cerciorarse de que hay autopsias por hacer. “He tenido días con 11 o 12 autopsias: un domingo de Carnaval o un 1 de enero. Las más difíciles de realizar son las de la población pediátrica temprana o los accidentes de tránsito en los que se involucran peatones menores de 7 años. Son extremadamente crudas, rudas y demasiado difíciles”.

Esas palabras son del patólogo forense Álvaro Peinado Vila, la persona encargada de recibir a la gran cantidad de cadáveres que a diario ingresan al cuarto frío del Instituto Nacional de Medicina Legal, en el barrio Los Andes.

“Es imposible –lo dice con la mirada baja y cruzando los dedos de sus manos- relajarse cuando se disfruta de la compañía de la familia, tratando de prevenir todo el peligro que los rodea. En la casa, los patólogos forenses somos muy cercenadores de la libertad en la infancia de nuestros hijos”.

Álvaro asegura que no tenía como meta especializarse en Patología Forense sino en Medicina Interna. Todo cambió cuando, estando en Cereté, Córdoba, tuvo la impresión de que se necesitaban muchos forenses en todo el país. “No se contaba con la tecnología ni los exámenes de laboratorio, y fallecían las personas sin ninguna explicación”.

Esclarecer las causas de esas muertes es, precisamente, lo que motiva a estos anatomistas de la muerte. Pero ellos no sólo encuentran explicaciones, sino pormenores y detalles que a veces no son gratos de analizar, de evaluar. Por ejemplo, las autopsias de masacres. “Sobre todo en las cuales hemos inferido, por las lesiones, que ha habido desarticulaciones o desmembramientos por el uso de motosierras (Se queda en silencio un rato y continúa). Han sido autopsias extremadamente crueles, porque con esos actos de barbarie hemos retrocedido más que los 20 siglos de civilización”.

Paso a paso

El procedimiento es el siguiente: el patólogo forense recibe el acta de levantamiento hecha por un Fiscal, donde se lee las circunstancias que rodearon la muerte. Allí se reconstruye la situación y acto seguido imagina las maneras en que pudieron haber ocurrido los hechos.

Luego hace pasar a los estudiantes de último año de medicina, quienes están recibiendo la asignatura de Medicina Forense. Esto sucede debido a que en las universidades que cuentan con hospitales se ha reducido el número de autopsias, situación que critica Peinado Vila. Por consiguiente, Medicina Legal presta un servicio académico.

Y a continuación viene el trabajo propiamente dicho. A temperatura baja y sobre una especie de camilla metálica con un desagüe por debajo,  el disector –una persona cuyos conocimientos son enteramente empíricos-, abre o practica la disección del cuerpo. “Ellos han aprendido su oficio de manera artesanal, pero cada vez su destreza aumenta hasta superar las enseñanzas de nosotros y aplicar todo su instinto”, dice Peinado.

La necropsia transcurre a buen paso, casi siempre es un proceso rutinario en el que los estudiantes hacen preguntas y el patólogo forense procede como si se tratara de una persona con vida: buen trato al cuerpo y delicadeza en los movimientos.

Últimamente, no sólo el disector acompaña al forense. También se han sumado los miembros del personal de balística, que ayudan a los médicos a comprender la trayectoria de las balas. También participan los grafólogos, cuyo trabajo es analizar las huellas del cadáver; y las bacteriólogas, que son las que adelantan los estudios químicos.

El forense termina con una reconstrucción mental casi cinematográfica de los hechos previos a la muerte de la persona.

También se ríen

Pero los profesionales que se dedican a este oficio también son protagonistas de comentarios jocosos, de momentos en los que logran sacar algo de diversión de su trabajo. “Nos dicen que sabemos todo, pero con un día de atraso. Otros nos dicen que los forenses somos más serios que nuestros ‘pacientes’; o cuando terminamos una necropsia nos preguntan si encontramos el alma”, dice Álvaro mientras se ríe.

Valorar la vida

“Barranquilla es una ciudad en la que los accidentes de tránsito se incrementan en los fines de semana, sobre todo en los largos, los de tres días. Y desafortunadamente un 28% o 30% tiene alcoholemia positiva, y no pensemos que en grado excesivo”. Álvaro hace énfasis en que la mayoría tiene alcoholemia gado 1, es decir, aquel tomador que insistentemente dice “yo puedo conducir, estoy bien”, y a la postre es el causante de desgracias, dolor y muerte.

Y entonces, sin poder evitarlo, el patólogo vuelve al tema recurrente de recordar a sus seres queridos: “No se deja de pensar en la familia, se vuelve uno sobreprotector en la casa tratando de prevenir los accidentes”. Esa es la preocupación de siempre, y quizá nunca podrán dejarla de lado ni un solo momento.

Peinado dice que lo peor es leer en las actas de levantamiento los pormenores de las agresiones, lo mecanismos violentos que genera esta sociedad, la intolerancia generalizada de la población y los ajustes de cuentas para superar las contradicciones personales. “Muchas veces la gente desconoce lo trivial que es la vida para muchas personas”, expresa.

Por eso, por conocer la muerte desde adentro, con sus causas, rasgos y momentos previos, los patólogos forenses sienten prevención ante cualquier roce con persona alguna: “Todo esto nos vuelve menos desafiantes, siempre tratamos de rehuir los enfrentamientos, los insultos, porque hemos comprendido a través de las actas de levantamiento la cantidad de gente que anda armada en esta ciudad”.

Se levanta y retoma su indumentaria. Será un día en el que se dedicará a desentrañar las razones por las cuales nos matamos todos los días en Barranquilla.


Publicado en El Heraldo el domingo 29 de febrero de 2004.